Las noticias más relevantes en estas últimas semanas han demostrado que cualquiera que esté en el ruedo eleccionario y verdaderamente quiera impactar la calidad de vida de los puertorriqueños, tiene que incluir en su plan qué es lo que va hacer con la transportación. Un sistema de lanchas que incomunica a dos islas municipios, tramos de carretera cuyos peajes le costarán al conductor más de lo que paga en gasolina diariamente, un tren al cual no le encuentran los medios de transporte adecuados para añadirle extensiones que integren a la región metropolitana y el incremento sostenido en el precio de los combustibles, son sólo algunos de los retos a los cuales hay que responder inteligentemente y sin improvisaciones.
Lo grave del problema de la política pública sobre transporte no es la falta de ideas ni de proyectos. Es la ausencia de consistencia y de coherencia con la política de desarrollo urbano y económico. A la larga y a la postre, poco importa si las extensiones del Tren Urbano son autobuses rápidos (BRT’s) o trenes magnéticos. Lo que realmente importa es comprometerse con uno o varios sistemas, integrarlos y, sobre todo, adaptar el desarrollo urbano para que el sistema de transporte funcione. Es hacer lo contrario de lo que hicimos con el Tren Urbano. Que luego del fracatán de dinero que costó, no hay elementos simples como aceras adecuadas para caminar hacia él, vivienda y comercios cerca, ni un sistema eficiente de alimentadoras.
Esa falta de consistencia y coherencia es producto de instituciones politizadas y con visión miope. Mientras el país clama por transporte masivo y colectivo, todavía la prioridad sigue siendo construir carreteras e incentivar el uso del automóvil privado. La clave no es sólo cambiar la visión de la política pública de transporte, sino también las instituciones y el sistema político que las implanta. De otra manera, no podemos seguir pidiéndole peras al olmo.
domingo, 12 de febrero de 2012
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