Recientemente mi padre se interesó en el deporte del ciclismo. A sus setenta y pico de años cumplidos. Puedo decir que lo he influenciado con los relatos de las largas travesías en pelotón y sobre todo, por las innumerables libras en el cuerpo y pulgadas en mi talla de ropa que he perdido desde que practico el ciclismo. Mientras le explicaba al viejo la importancia de correr en un cuadro que fuera apropiado para su tamaño, la utilización del casco de seguridad, los guantes y otras misceláneas contemporáneas, me dejó mudo con una sola oración: “Yo corría en una burra de un sólo cambio nene, del campito de Yúnez hasta Florida y hasta Vega Baja sin nada de eso que me estás diciendo”. Nada fuera de la realidad.
Lo que me llamó más la atención de ese planteamiento no fue sus preocupaciones sobre la eficiencia de la bicicleta y sobre la seguridad. Lo más interesando fue la noción de espacio y movilidad que tenía esa generación de puertorriqueños. Se siguen vendiendo bicicletas, pero ya hace tiempo que dejaron de ser ese instrumento que mezclaba diversión y transporte en un solo vehículo. Hable con cualquiera de esa generación y es común escuchar historias de largas travesías, transmunicipales y de muchos kilómetros, que para la mayoría de nuestros adolecentes sin inimaginables. No es que correr bicicleta haya desaparecido, porque sin duda todavía hay quienes viven en comunidades cerradas o que tienen padres que invierten un domingo llevando a su prole al paseo lineal de Pinoñes. La bicicleta dejó ser el vehículo que conectaba al niño o adolescente con su entorno. Por consiguiente, perdió su carácter divertido, o como diríamos hoy día, perdió el fun.
La razón que le di a mi padre es la misma razón por la cual un padre con dos dedos de frente no patrocinaría que su niño corra bicicleta en las calles de nuestro país: “las condiciones no son las mismas”. No sólo el alto volumen de tráfico vehicular, hay que añadirle los conductores irresponsables y las propias condiciones de la carretera. Hoyos, carriles y paseos despintados, geometrías irregulares, basura (vidrios, vasos plásticos, etc.) en las orillas y curvas peligrosas.
Considerando el escenario anterior, promover el uso de la bicicleta, ya sea para transportarse o para diversión, es mucho más que una actividad familiar. Es promover un estilo de vida más saludable y un ambiente urbano más amigable. La matemática es simple. Si a usted le interesa que su hij@, sobrin@ o niet@ pueda pedalear de manera segura, estoy seguro que va hacer todo lo posible para que lo haga. Si de verdad le interesa, no sólo sacará tiempo de la ajetreada agenda diaria. Implicará promover y proteger las áreas amigables para los ciclistas e interesarse por temas que incentiven el uso de la bicicleta. Puede ir un poco más lejos, quizás hasta llamará a la alcaldía de su pueblo (o llamará a alguien que conozca al alcalde, porque no) exigiendo repavimentar la carretera que usa su familiar ciclista, o para que construyan carriles de bicicletas en su municipio.
Hay que enfiebrar a la gente con las bicicletas. Comenzar con los niños es un paso gigante. Tecnología sencilla que encierra mucho más que diversión y salud para nuestra generación de niños y adolecentes. Representa ofrecerles una nueva noción de ciudad y de movilidad dentro de ésta que transformará nuestra cultura urbana y manera de ver las cosas. Cosas sencillas.
Para más información sobre este particular pueden referirse a:
http://www.bicyclinginfo.org/education/children.cfm?/ee/ed_child_main.htm